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La Enciclopedia de los Migrantes

Luisa Ferreira da Silva

Socióloga , ASI, Universidade Portucalense, Porto

En las migraciones se distinguen varias vertientes, principalmente respecto a las personas que emigran y las condiciones en las que lo hacen. Hay una categoría de migrantes que integran las clases más favorecidas, personas con buena situación económica y buenas cualificaciones, muchas veces con contactos sociales en la sociedad a la que se desplazan, frecuentemente con casa y trabajo ya organizados antes de la salida. Pero la mayoría de las personas que emigran lo hacen por razones de necesidad imperiosa y no por libre elección. Son personas que en el país de origen viven dificultades económicas o relacionadas con guerras y que deciden intentar lograr una vida mejor en otras sociedades. A veces se van con el contacto de alguien que las puede acoger en la llegada y ayudarlas a orientarse en la búsqueda de casa y trabajo. En otros casos se van sin ningún contacto, van a “probar suerte”. En la sociedad de origen dejan todo lo que poseen, que es poco en el caso de las migraciones económicas y puede ser mucho en el caso de las personas que se ven obligadas a migrar por razones de guerra y otras razones políticas.

Es hacia este último tipo de migraciones –las migraciones en situación de dificultad– hacia los que la ciencia social más se ha inclinado. En realidad, son esas personas las que viven más dificultades de integración en la nueva sociedad y es con ellas con las que la sociedad de acogida tiene más dificultades al tratar. En primer lugar, porque son grandes números. Y en segundo lugar, porque integran las clases más desfavorecidas, con lo que eso implica en cuanto a problemas sociales relacionados con su condición de vida, medios escasos y muchas dificultades, como son las mayores tasas de enfermedad y accidentes, mayor fracaso y abandono escolar y mayores niveles de delincuencia juvenil, por ejemplo. También suelen ser las personas que no conocen la lengua del país al que llegan. Por todo esto, son el objetivo de las políticas sociales del gobierno. Las políticas sociales (de vivienda, salud, educación y asistencia social, principalmente), a la vez que son un instrumento de apoyo a la población en dificultades, son también una forma de vigilarlas y controlarlas (a esto se le llama “la regulación”) en la medida en la que solicitan información sobre las condiciones de vida, ponen condiciones a la atribución de los subsidios (por ejemplo, recibe el abono de familia, pero tiene que llevar al niño al colegio), orientan hacia planos de integración social y de recuperación de competencias… En resumen, contribuyen al encuadramiento de las personas en las instituciones de la sociedad.

De hecho, cuando se habla de migraciones, normalmente se destaca la faceta de las dificultades. En ellas se incluye el abandono del país del que se parte, llamado país de origen, con sus recuerdos, relaciones afectivas y sociales, hábitos de vida, etc.; las dificultades de la salida en sus aspectos económicos y, a veces, en lo que contiene de ilegalidad, obligando a pagar a alguien que organice y oriente el viaje “a la aventura”; las dificultades de la llegada (las personas se alojan en casa de familiares o amigos, desconocen la lengua del país al que llegan, el llamado país de acogida); las dificultades para encontrar trabajo y de saber moverse en una gran ciudad; la desconfianza u hostilidad de las miradas de los habitantes locales que ven llegar a personas con aspecto físico diferente, con distinta manera de vestir, con costumbres diferentes en las formas de estar en público y de relacionarse con los demás…

Estas son situaciones que, de forma general, también vivieron las mujeres portuguesas que emigraron a Francia en la década de los sesenta, o sea, que fueron inmigrantes en Francia desde esa época. En muchos casos todavía siguen viviendo en la sociedad francesa y, en muchos otros, volvieron a Portugal. Y sobre ellas vamos a escribir.

En este texto vamos a abordar la cuestión de las migraciones desde la perspectiva positiva de los beneficios que constituyeron para esas mujeres, refiriéndonos a la experiencia concreta de las portuguesas inmigradas en Francia en la década de los ochenta.

La década de los sesenta fue un periodo de gran inmigración de portugueses a Francia. La sociedad francesa vivía un periodo de fuerte industrialización y desarrollo, mientras que la sociedad portuguesa se mantenía en su mayoría rural, con mucha pobreza y también miseria, gobernada por un régimen muy autoritario que mantenía la sociedad en situación de cambio social mínimo, con muy poca escolarización. Al empeorar la situación, Portugal llevaba a cabo desde el inicio de la década de los sesenta una guerra colonial en varias colonias africanas, guerra que requería a los jóvenes de sexo masculino durante cuatro años, empobrecía el país y provocaba millares de muertos principalmente entre la juventud.

Los portugueses, normalmente los hombres jóvenes, emigraban “a la aventura”, ilegalmente, pues la emigración estaba prohibida a no ser que se tratara de números relativamente pequeños y después de un largo de proceso de autorizaciones. Después de un viaje tormentoso y de un periodo de instalación con el apoyo de algún familiar o vecino que hubiera emigrado antes, normalmente el hombre, si estaba casado, llamaba a su familia para que también fuera a vivir a Francia. En muchos casos, mujeres solteras emigraban solas en busca de trabajo. Y así, mujeres venidas de la aldea o de pequeñas ciudades del interior, del trabajo en los campos, con reducida o ninguna escolaridad, fueron llegando a Francia para trabajar en la industria o, sobre todo en el caso de la región parisina, en el servicio doméstico. Fue a estas últimas mujeres a las que mejor conocí en la década de los ochenta.

En ese momento yo estaba estudiando la violencia en la familia, problema que en aquella época era totalmente ignorado por la ciencia social y silenciado por las autoridades y por las propias personas que lo conocían o que lo vivían.

La familia portuguesa estaba, tradicionalmente, muy marcada por la diferenciación de los papeles y condiciones conyugales, lo que significa que hombres y mujeres tenían obligaciones diferentes y también diferentes reconocimientos en la sociedad. Al hombre se le reconocía socialmente la autoridad sobre la mujer y los niños, para tomar decisiones, para formular exigencias y para castigar incluso físicamente. La mujer raramente trabajaba fuera del espacio doméstico con una profesión autónoma y derecho a un salario propio. El trabajo que hacía en casa y en el campo no era reconocido como tal, se consideraba parte de sus obligaciones familiares. Debía obediencia al hombre y no debía quejarse si él la maltrataba. Era impensable la separación o el divorcio, sobre todo si fuera por iniciativa de la mujer. En ese caso, era frecuente que el marido matara a la esposa y que la ley le aplicase a él una pena leve… ¡porque la culpa había sido del comportamiento de ella!

La violencia física por parte del marido contra la esposa era frecuente, se consideraba con normalidad (también era frecuente la violencia física contra los niños, por parte del padre y de la madre). No era que a las personas les pareciera bien, sino que toleraban y fingían no ver, en un entendimiento del tipo “siempre ha sido así y siempre será así”. En la policía y en los juzgados, en los servicios de urgencia hospitalaria y en los servicios psiquiátricos no había registros de esas situaciones. Había algunas quejas, pero no se consideraban dignas de investigación policial ni judicial, ni de preocupación médica. Los hombres pegaban a las mujeres y los padres pegaban a los niños. El registro era de minoría de la mujer y a nadie le parecía que hubiera algo que hacer para cambiar la situación (SILVA, 1995).

En este contexto, el descubrimiento de la sociedad francesa fue un golpe casi chocante para esas mujeres. Descubrieron una sociedad ya entonces mucho más moderna, más escolarizada y más industrializada, con la vida doméstica facilitada por la disponibilidad de productos previamente preparados en el comercio y con la proliferación de electrodomésticos que incentivaba el trabajo asalariado femenino y, en consecuencia, una condición social próxima a la del hombre. Su vida era dura, pero ahora tenían un sueldo y eso las hacía (exigir) ser más respetadas, también en el interior de la casa. Y tenían más vida social, con colegas con las que conversaban y junto a las que descubrían nuevas formas de vivir, comentaban sus vidas, daban y recibían consejos. Aprendieron nuevas costumbres, nuevos modos de vida, nuevas formas de pensar sobre el presente y el futuro. Adoptaron nuevos hábitos, formas de vestir, de hablar, de gastar el dinero, de educar a los hijos, etc. El mundo portugués cambió mucho con la influencia de estas nuevas costumbres traídas por los inmigrantes de Francia.

Fueron las inmigrantes de la región parisina las que más rápidamente sintieron la influencia de las nuevas costumbres. La burguesía francesa descubrió que las mujeres portuguesas eran muy buenas cuidadoras domésticas y las buscaban para “gardiennes” (guardas o porteras) de los edificios. Esa posición daba normalmente lugar a una vivienda familiar en el propio edificio y a trabajo adicional como empleada doméstica en las casas de las familias francesas que vivían en el edificio. Las portuguesas se veían así transformadas en el principal sustento de la familia. La casa de la familia se le atribuía a ella, la “portera”, y ese era otro factor de importancia que aumentaba su valor frente al hombre. Para complementar estos atributos, el trabajo en las casas de las “madames” les permitía aprender francés rápidamente (al contrario que el hombre que, trabajando en las obras de la construcción civil, casi solo frecuentaba otros inmigrantes portugueses y extranjeros) y convivir con los modos de vida de las familias francesas “ricas” (clases medias y altas).

La experiencia de muchas de estas mujeres había sido de violencia física por parte del hombre cuando vivían en Portugal. Pero, algún tiempo después de vivir en Francia, esa situación había llegado a su fin. Como ellas propias explicaban, los tiempos cambiaron y era necesario que la costumbre de que el hombre las pegara también cambiara. Y ellas impusieron que acabase. Me acuerdo de oírlas decir, en dos o tres casos, que se habían negado a volver a Portugal cuando el marido quería. O que nunca más volverían. Porque “allí, yo sé que sería una esclava otra vez. Él aquí va conmigo a la compra y cuando vamos allá en vacaciones, él no hace nada”.

En resumen, las migraciones, además del hecho en sí mismo del cambio de un país a otro, se caracterizan principalmente por el encuentro de culturas. Ese encuentro tiene aspectos difíciles y a veces también negativos, especialmente cuando los grupos se rechazan entre sí a causa de las diferencias, lo que ocurre más frecuentemente por parte del grupo instalado en relación al grupo recién llegado. Pero también tienen aspectos positivos. En este texto destacamos la dinámica de cambio en el sentido de la adopción de formas que respetan más la dignidad.

Hemos visto cómo ocurría esto en un grupo de personas que migró de una sociedad pobre y con costumbres tradicionales rígidas basadas en la desigualdad entre los sexos hacia una sociedad más rica donde la igualdad de género se ha fomentado desde hace más tiempo1. Lo que determinó el cambio de comportamientos, en este caso, fue el enfrentamiento de la mentalidad de sumisión de la mujer, socialmente sometida en la sociedad tradicional portuguesa, con una situación en la que la posición y la condición social de la mujer cambiaron profundamente de forma casi repentina, arrojando luz sobre la contradicción implícita en esa situación.



1 – Hoy se dice igualdad de género en vez de igualdad entre los sexos para explicar que no es la diferencia biológica de los sexos la que dicta la desigualdad social, sino que es la organización social, las normas y reglas que las sociedades establecen y se perpetúan a lo largo de los siglos

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS