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La Enciclopedia de los Migrantes

Andrew Canessa

Antropólogo, University of Essex, England

Las fronteras separan pueblos e impiden que muchas personas vuelvan a casa. Esta especial añoranza, esta nostalgia, está perfectamente captada por el poeta palestino Mahmoud Darwish (1998) que, hablando de la diáspora palestina, evoca el dolor que provoca estar lejos de casa: “Somos de aquí; lejos de allí”. En estos contextos, el país de origen se imagina desde la propia memoria y las historias contadas por las generaciones predecesoras. Esto es bastante común, pero lo especial sobre la frontera entre Gibraltar y España es que no “estamos” “lejos de allí”. De hecho, estamos muy cerca. Es decir, aunque la distancia se siente profundamente, no es una distancia geográfica, porque se podía observar el hogar, sin importar el lado de la frontera en el que se encuentre, desde el otro lado cualquier día de la semana. La tierra que aparecía en nuestra imaginación y en las fotografías no era una tierra lejana, estaba justo delante de nuestros ojos. Esto aumenta la conmoción, y el dolor, por la separación que impuso la frontera entre 1969 y 1983. Tal y como señalan Donnan y Wilson (1994:4), la mayoría de las investigaciones sociales sobre fronteras “parecen ignorar a la gente, en favor de teorías, causas y acontecimientos”. Sin embargo, las fronteras, aunque se entiendan como construcciones cartesianas, se viven a nivel humano. En este escrito abordo la experiencia de dos mujeres, una española y una gibraltareña, que intercambiaron sus lados de origen, divididos por una frontera cerrada y se instalaron lejos de sus familias y amigos. Sus experiencias nos sirven para recordar que no siempre fue difícil cruzar la frontera y que las relaciones entre Gibraltar y España eran abiertas y fluidas (STOCKEY, 2009).

Carmen tenía 14 años cuando conoció a Pepe, un joven gibraltareño que había viajado hasta La Línea, en España, para visitar a unos familiares de su madre en el verano de 1973, cuando la frontera ya estaba cerrada. “Era muy distinto a los otros chicos que conocía, que eran más bien groseros”, recuerda Carmen. “Pepe tenía buenos modales, era comprensivo y atento”, y se enamoraron. Carmen aclara que no le interesaba la política y su padre nunca trabajó en Gibraltar, por lo tanto, nunca le dio mucha importancia al hecho de que la frontera estuviera cerrada, para ella siempre había sido así. Sin embargo, con 14 años, “éramos unos críos”, se enamoró y, de inmediato, tuvo que adaptarse a las complicaciones entre Gibraltar y España.

Pepe volvió a casa y solo pudieron comunicarse por carta. Después de años de comunicación por carta (no había conexión telefónica) y de las visitas de Pepe siempre que podía, Carmen convenció a sus padres para que la dejaran visitar a Pepe durante dos semanas en Navidad. Era la primera vez que visitaba Gibraltar y se quedó prendada con las luces y la emoción por conocer un lugar nuevo. La Línea y Gibraltar estaban casi pegados. La Línea es una ciudad fronteriza cuya “razón de ser” original fue servir de ciudad dormitorio para los trabajadores españoles. Aunque Gibraltar domina el horizonte de La Línea, Carmen tenía que viajar hasta Algeciras y, desde allí, viajar en ferry hasta Marruecos primero y, coger un segundo ferry hasta Gibraltar. Pepe realizaba el mismo trayecto, en aquella época, era la única opción para viajar entre los dos puntos. Al pasar las dos semanas, Carmen no volvió. De hecho, nunca volvió. Le preocupaba que, si regresaba a España, las autoridades españolas no la dejaran volver. Deseaba estar con Pepe. Así que decidió quedarse a vivir con los abuelos de Pepe. No pudo comunicarse con sus padres inmediatamente, por lo que tuvieron que esperar a que llegara su carta. Del mismo modo que las personas, la carta no siguió una ruta directa, sino que tuvo que viajar a Reino Unido y, después, a España. Un recorrido absurdo para comunicar dos puntos que estaban a tiro de piedra. Poco después, se casaron. A pesar de lo feliz y enamorada de Pepe que estaba, y él de ella, la frontera le acabó haciendo mella, no por sentirse confinada: “La verdad, eso no me molestaba en absoluto”; sino porque no podía ver a su familia. “Íbamos a ver a mis padres, quedábamos a una hora por carta e íbamos a vernos. Allí veía a mis padres, mis hermanas y hermanos y estaba aquí, con Pepe. Empezábamos con las expresiones que tantas veces se han pronunciado: “Mamá, ¿cómo estás?”, “Papá, ¿cómo estás?”. Era un sufrimiento. Fue entonces cuando sentí realmente el cierre de la frontera… Y, para vernos, tan lejos y tan cerca a la vez”.

El momento más doloroso que recuerda es cuando nació su primera hija: “Cuando nació mi hija, tenía solo unos días, la llevé a la frontera para que mis padres y hermanos pudieran verla. Mi niña era muy pequeña, muy muy pequeña. La saqué del cochecito y se la enseñé. Tuve que levantar a mi niña para que pudieran verla. Y la vieron, pero no la pudieron coger en brazos”. Su marido, Pepe, odiaba ir a la frontera, se le hacía muy duro ver a la gente llorando y gritando para contar las novedades a sus familiares del otro lado.

Lo que Carmen expresa ha sido relatado por muchas otras personas: la intensa añoranza y la frustración por no poder avanzar unos metros y estar con los seres queridos. El dolor que forma la raíz de la palabra “nostalgia” se siente profundamente, no por culpa de la distancia, sino por la proximidad de la gente y los lugares tan dolorosamente cercanos. Si la mayor parte del dolor causado por la nostalgia es por la manera en que se imagina el “hogar”, el cierre de la frontera en Gibraltar introdujo una nueva dimensión: en este caso, no era necesario imaginar una gran parte del hogar, ya que era visible.

Pepita también sufrió el dolor causado por el cierre de la frontera. Ella es una gibraltareña que se casó con un español que trabajaba en Gibraltar en los años 60. Hacia finales de esta década, decidió volver a España. Pepita, su marido y su pequeña hija vivían con la madre de Pepita en Laguna Estate, a unos cien metros de la frontera con España. Ahora vive justo en el otro lado de la frontera. Cuando fui a visitarla, tardé unos 20 minutos andando desde Laguna Estate hasta su casa. Sin embargo, la distancia, si ya era significativa en 1968, estaba a punto de volverse inmensa tan solo un año después. Pepita no quería irse: “Mi marido quería que nos fuéramos, pero yo no. Mi madre me dijo: “Tienes que ir donde vaya tu marido”. No era como ahora”. Con su hija, siguió a su marido. “No me acostumbraba a vivir aquí [en España], me faltaba algo”. Un poco después, discutieron y ella decidió volver a casa, pero ya empezaba a haber problemas para cruzar y no le permitieron pasar. “El día que cerraron la frontera fue horrible, sufrimos mucho, sufrimos tanto… Desde el día en que Franco cerró la frontera para dejar a Gibraltar sin nada: sin oxígeno en los hospitales, sin pan, sin comida. Todo cambió. Separó familias, padres, madres y hermanos muriendo en ambos lados sin verse [a sus seres queridos]”. Ella, como Carmen, tenía que comunicarse gritando desde la valla de la frontera y así fue como se enteró de que su madre se estaba muriendo. No tenía nadie con quien dejar a sus cinco hijos, ya que en aquella época se tardaba una jornada entera en llegar a Gibraltar y otra en volver. No volvió a ver a su madre. Con el paso del tiempo “me acostumbré a mi vida, pero siempre mirando a mi Peñón. Lo miraba todos los días y lloraba. Mi hermano venía, pero no muy a menudo… Lo pasé muy mal. Después, dieron algunos permisos para que pudiéramos visitar a nuestros familiares. Una vez, me puse enferma y me tuvieron que ingresar en el hospital. Me pregunté: “¿Por qué no me quedo?”. Estuve en el hospital tres semanas y podría haberme quedado. Podría haberme quedado, pero volví. [Suspira]… Pero tengo esta casa, compramos esta casa y, verá, antes de que construyeran el edificio de en frente, podía ver Gibraltar desde el balcón. Me sentía muy sola, así que salía al balcón a contemplar mi Peñón. Todos los días… Pero ahora, puedo ir”.

Para Pepita, cruzar la frontera no implica solamente ir a ver a su familia y amigos, es mucho más que “ir a casa”. “Ahora, cuando cruzo, cuando voy desde la [aduana] española hasta la [aduana] de Gibraltar, noto la diferencia: me siento más libre. No sé, es diferente… No puede pasar una semana sin que cruce a Gibraltar”. Este sentido de la libertad y de sentirse seguro fue mencionado por muchas personas y en el resto de la entrevista de Pepita queda patente que, para ella, Gibraltar representa una libertad política y económica que experimenta cada vez que cruza de un lado al otro.

Cuando la frontera estaba cerrada, Pepita podía contemplar su Peñón cada vez que quisiera: “Cuando ando por la calle, puedo mirar hacia allí y veo Gibraltar, aunque no puedo verlo desde la ventana, lo veo desde cualquier otro sitio. Nadie puede quitármelo, ¡que nadie me quite mi Peñón!”. Parece quedar claro que esto era algo realmente importante para ella, aunque la facilidad para acceder a esta vista —desde el balcón, podía divisar edificios y el movimiento del tráfico— parece haber incrementado su dolor.

Cuando evocamos la nostalgia de la migración, culpamos a la distancia que separa a las personas de sus hogares. La situación de Gibraltar introduce un giro especial a la historia, porque los migrantes podían contemplar su tierra de origen, podían ver a sus seres queridos en la frontera, pero no tocarlos o tener una conversación normal. Los efectos de la proximidad y la distancia experimentadas simultáneamente pueden resultar crueles y se siguen viviendo las consecuencias.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS