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La Enciclopedia de los Migrantes

Montserrat Casacuberta Palmada

Doctor en ciencias del lenguaje , ERIMIT, Université Rennes 2, Rennes

Introducción

Cuando una lengua se muere se va con ella un conocimiento de su entorno y ese conocimiento deja de ser patrimonio de la humanidad (NETTLE & ROMAIN, 2000). Esta afirmación ha sido a menudo acusada de tópico y combatida por ser únicamente defendida por románticos empedernidos frente a un progreso juzgado como necesario e inevitable. A lo mejor hay parte de razón en la crítica, sin embargo debemos interrogarnos sobre lo que hay en el trasfondo de esta afirmación puesto que, demasiado a menudo, en los humanos, la diferencia del otro conlleva una mirada reticente que puede llegar hasta el establecimiento de querellas.

La lengua es un signo muy visible de la expresión de la diferencia entre grupos sociales. De hecho, los humanos se debaten desde tiempos remotos entre dos pulsiones: la necesidad de comunicarse con efectividad con los demás, anhelando en consecuencia un solo código lingüístico universal, y la creencia de que la lengua que habla cada uno es la herramienta más maravillosa. Si el lenguaje, ese sistema codificado de signos vocales y escritos que nos permite comprender el mundo donde habitamos, se nos aparece como determinante para el progreso de nuestra especie, ¿Cómo es posible que se manifieste en tal diversidad de lenguas desde su aparición misma? ¿Cómo no nos ponemos todos a hablar una sola lengua y nos dejamos de monsergas?

Fundamentos

El debate viene de lejos. La metáfora de la incomprensión entre humanos que hablan lenguas diferentes, que crean el caos, aparece ya en la cultura judeo-cristiana, inscrita en uno de los más famosos textos bíblicos: el mito de la torre de Babel. Humanos que hablaban una sola lengua, en armonía, son castigados por Dios a hablar lenguas distintas, lo cual crea el caos en la construcción de la torre y desata el conflicto. Esta esta representación social que tiende a lo unívoco está anclada profundamente en nuestras creencias. La realidad es que si bien no conocemos ninguna comunidad humana que no haya desarrollado el lenguaje, éste nace diverso, tiende al cambio y se muestra como un ente vivo. Por mucho que el mito de la lengua única perdure, no tiene carta de naturaleza en la nuestra realidad sociolingüística.

Los humanos nos hemos pasado mucho tiempo imponiendo nuestras lenguas respectivas a otros grupos en una lucha de poderes. En distintas etapas históricas hemos pensado que esa imposición era un bien para los otros grupos. Es el caso de la colonización impulsada por los europeos. Allí donde esos pueblos iban a conquistar territorios llegaban con su religión y sus lenguas a dar cultura a los pobres incivilizados que aún no habían podido desarrollar sus potencialidades. Como si “cultura” sólo fuera la suya, con su código escrito, su literatura, sus expresiones artísticas, su forma de ver el mundo y su forma de gestionar el poder. Esta visión, que podemos dar en llamar etnocéntrica, ha llegado hasta nuestros días entre creencias, representaciones e ideologías.

No hablaremos aquí sobre el concepto de “cultura” (CUCHE, D. 2010), pero sí es importante destacar la idea de fondo, que nos viene directamente de esa época colonial y que nos habla de supremacía de unas culturas frente a las otras, y junto a éstas, de supremacía de sus vehículos comunicacionales, a saber, las lenguas europeas de los colonizadores. Así es como se explica, en parte, que hoy tantas lenguas europeas sean habladas por tanta gente en el mundo: francés, inglés, español, portugués, etc.

Actualmente, en un planeta globalizado, estas lenguas no dejan de ser ya vehículos prácticos de intercomunicación entre humanos. No lo negamos. La cuestión, sin embargo, no es tanto si estas lenguas sirven o no como vehículos externos a una comunidad de hablantes sino que hay que poder preservar otras formas de expresión lingüística y cultural como bien inmaterial de la humanidad y la expansión de unas no puede ser a costa de las otras. ¿Cómo combatir la consideración que han tenido esas otras lenguas como de lenguas inútiles, de importancia menor, sin aporte a lo universal y sus hablantes de “pobres incultos” retrasados? Las lenguas nacen, viven y mueren, sin duda, pero se trata de dignificar al hablante de cualquier lengua. Las lenguas no pueden ser un estigma para el individuo que las habla porque la consecuencia lógica es que ese individuo proceda a abandonarlas por lo que cree que será un bien para las generaciones posteriores. Como si volverse monolingüe –pero en la lengua impuesta por el otro- fuera, en definitiva, el objetivo mayor (BRENZINGER, M. 1993).

Pongamos solamente algunos ejemplos de los efectos de la imposición de unas lenguas sobre otras: pensemos por un momento en las denominaciones “patois” o “dialecto” como denominaciones que no son neutras. Un patois es algo hablado por el vecindario que no tiene consideración de lengua, que no vehicula cultura porque es cosa de analfabetos rurales y de sus jergas, cosa de comunidades encerradas en sí mismas, si atendemos a las representaciones sociales generalizadas. Asimismo, la definición de dialecto, si bien la comunidad científica la circunscribe a las distintas variantes geográficas de una misma lengua, políticamente se ha visto promovida para denominar a las lenguas que no ocupaban el rango de “nacionales”, “oficiales” o reconocidas por la legislación de los distintos estados. Vemos, pues, como los mecanismos de jerarquización del estatus de las lenguas están vigentes y pueden llegar incluso a servir para controlar a grupos sociales sociopolíticamente desvalidos.

También podemos evocar algunos de los efectos claroscuros de la colonización en distintos pueblos africanos: la mayoría de lenguas africanas sin tradición escrita han acabado por adoptar un código escrito alfabético, muy a menudo el alfabeto latino. Por un lado, adoptar ese alfabeto permite el acceso de esas lenguas al registro escrito, lo cual es importantísimo en la fijación de elementos sociales y culturales, pero por otro, la adaptación ortográfica a los distintos sistemas fonéticos se demuestra compleja.

La visión jerárquica de las lenguas se agravó en el seno mismo de Europa en el siglo XIX, cuando los grupos que ostentaban el poder en los recién organizados estados-nación europeos se dieron cuenta de que en su interior tampoco había toda la homogeneidad lingüística necesaria para ejercer un control de la población con la máxima eficacia, así que decidieron amedrentar esas otras lenguas en su interior mismo. El caso de Francia es paradigmático de lo expuesto, pero no es el único, aunque sea uno de los más exitosos.

¿Cuál es la ventaja, sin embargo? Pues que los humanos somos seres con capacidades maravillosas: a pesar de las luchas por la hegemonía lingüística entre grupos sociales, nacemos con la capacidad innata del lenguaje, luego con la capacidad innata de aprender lenguas. Conocemos actualmente una explosión de la movilidad de los ciudadanos a través del mundo y esta misma movilidad migratoria provoca contactos entre lenguas que nunca hubieran cohabitado en los siglos anteriores. Así, los ciudadanos plurilingües atraviesan el planeta en una dinámica trans-estatal que hace que muchos acaben por dominar dos, tres o cuatro códigos lingüísticos. La lengua del “otro” deja de ser solo del otro y pasa a ser un poco mía también, en una dinámica de identificaciones lingüísticas y culturales no por complejas menos ricas. Esto favorece sin duda visiones que superan las heredadas de los siglos anteriores y que hacen emerger a las lenguas como elementos de participación y de compartición. Las lenguas son hoy sinónimo de oportunidad.

Clasificación de las lenguas

El lenguaje es universal pero nace diverso, como hemos dicho. Las lenguas son su concreción y están en constante cambio. De ahí la dificultad de trazar una clasificación. ¿Qué sabemos de estos artefactos llamados lenguas? ¿Cuántas hablamos? ¿Quiénes las hablamos? ¿Cómo aparecen, tienen éxito y se expanden o se extinguen? Hoy, unas 6.000 lenguas son habladas a lo largo del planeta, según cálculos de estudios encargados por la UNESCO. Solemos clasificar las lenguas por familias. Una familia lingüística agrupa una serie de lenguas emparentadas por unos rasgos compartidos que nos llevan hacia una base común si hacemos una proyección espacio-temporal. La mayoría de lenguas pueden ser clasificadas dentro de familias lingüísticas. Cada familia suele estar dividida en subfamilias y éstas, en lenguas. También existen lenguas que en realidad tienen su origen en el contacto de dos o más lenguas y son mixtas, los llamados criollos o lenguas pidgin. Es el caso de los criollos nacidos del contacto con el francés o con el inglés en algunas antiguas colonias, por ejemplo.

A pesar de que la clasificación de las lenguas no está terminada y varía según los expertos consultados, se cuentan unas catorce familias entre las más habladas, según el Atlas de las lenguas. Así, el francés, el español, el portugués o el sardo son lenguas latinas, subfamilia de la Indoeuropea. O las lenguas bereberes y las semíticas son subfamilias que forman parte de la misma familia Afroasiática, la cual comprende unas 240 lenguas en total (COMRIE & AL, 1996).

Por continentes se clasifican en:
África: familias Afroasiática, Khoisan, Nilosahariana, Nigerocongolesa, Nigerocongolesa bantú.
América: familias Amerindia, Esquimo-aleuta, Na-dena.
Asia y Oceanía: familias Autraliana, Áustrica, Dravídica, Papú, Sino-tibetana.
Eurasia: familias Indoeuropea, Altaica, Txuktxi-kamtxatka, Urálica, Caucásica.

La tendencia atrayente de las lenguas más habladas, como el chino, el inglés, el árabe, el español, el hindi, el portugués o el francés, es clara y la supremacía del inglés como lengua de comunicación internacional es evidente. Actualmente, aproximadamente el 95% de las lenguas del mundo únicamente son habladas por el 4% del total de los humanos. Y del total de 6.000 lenguas, unas 500 son habladas por menos de cien personas cada una. La mayor biodiversidad de lenguas la ostenta Papua-Guinea, con unas 860 lenguas. Se calcula que más del 50% de las lenguas habladas por las comunidades más restringidas está en peligro de extinción y podría desaparecer a lo largo de este siglo. La diversidad lingüística europea, sin embargo, representa solamente el 3% del total de lenguas del mundo.

Las comunidades emigran, se ven forzadas a desplazamientos perdiendo espacios compartidos o fundando otros (diásporas), están expuestas a los efectos de la imposición socio-política de otros grupos, etc. Todo ello puede tener influencia sobre las historias lingüísticas de cada grupo social. Las lenguas viven si las comunidades humanas las mantienen y las expanden, pero no todas experimentan éxitos en ese sentido porque no todas disfrutan de políticas que las protejan (enseñanza, industrias culturales, legislación, etc.).

Aporte de La Enciclopedia de los migrantes

Entre las muchas buenas razones de que La Enciclopedia de los migrantes vea la luz se cuenta la reflexión que hemos hecho sobre nuestras lenguas y las visiones heredadas del pasado que aún sobreviven en nosotros como una suerte de colonización interna. Con el testimonio de nuestras historias de migración también va incluido explícitamente el legado de nuestras lenguas de origen pues escribimos nuestras cartas en lengua materna. Cada carta es un ejemplo de que nuestra diversidad es un embrión de complejidad fecunda. Cada migrante, una lengua y un legado para nuestro proyecto, que no es otro que aportar un grano de arena a la construcción de nuevas visiones del mundo. ¿Es legítima esta reivindicación?

Una visión no jerárquica de las lenguas debería ser estandarte de nuestro proyecto: la asunción de la gestión de lo diverso a pesar de la complejidad añadida. Dar un giro a la representación social que nos clasifica como hablantes de lenguas útiles o inútiles, con o sin prestigio, de lenguas que vehiculan alta cultura o de lenguas que ni tan solo pueden leerse porque no pueden escribirse, de lenguas que hablan muchos o de lenguas que no habla casi nadie, etc. Reivindicar que todas las lenguas del mundo deben ser vistas en pie de igualdad. Reivindicar que hablar una lengua es vincularse con el otro, es intentar comprender su visión del mundo, es compartir, es acceder a un conocimiento que potencia “la humanidad” misma de nuestra especie. ¿Es eso simple romanticismo?

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS