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La Enciclopedia de los Migrantes

Kevin Lane

Arqueólogo, Ministry of Culture and Institute for Gibraltar and Mediterranean Studies MSCHY, University of Gibraltar, Gibraltar

“Él reconoce en otros más talento, más cultura, más elegancia, más bondad, más energía de carácter… todo lo que usted quiere, pero él se cree, en conjunto y de por sí, superior a todos ellos.” Miguel de Unamuno, 1895

La tierra o la falta de ella siempre ha sido un importante punto de conflicto para Gibraltar y sus habitantes. Los gibraltareños, limitados por el Peñón y sin contar con un interior extenso, siempre han anhelado España, un lugar con espacio. Durante el siglo XIX y hasta los años 60, un compendio de razones llevó a los gibraltareños a vivir en España: desde la falta de una oferta de alojamiento asequible en el Peñón para la clase trabajadora a la búsqueda de la comodidad y la opulencia que les ofrecía un espacio más extenso (CONSTANTINE, 2009). Para los últimos, era común disponer de casas de verano, que les permitían escapar de las condiciones miasmáticas que predominaban durante esos meses.

Con estas premisas, los gibraltareños inmigraron y se asentaron en el amplio y lleno de aire puro Campo de Gibraltar, recreando la arquitectura venacular de Gibraltar en ciudades, barrios y pueblos como La Línea, Campamento, San Roque o Algeciras, entre otros. Estas casas estaban entremezcladas con las de los españoles, lo que muestra —en caso de que sea necesario— la intensa, variada y, a menudo, estrecha relación entre Gibraltar y sus vecinos españoles (sensu LICUDI, 1929). El cierre de la frontera entre Gibraltar y España (1969-1985) marcó el final de un sistema de cohabitación y de un sincretismo étnico emergente.

Lo que se ha producido desde la apertura de la frontera en 1985 puede parecer en todos los sentidos un restablecimiento del mismo sistema, en el que los gibraltareños buscan el espacio y la vivienda asequible que ofrece España. Aun así, en muchos sentidos, existe una diferencia abismal entre la manera en la que se negocia entre los gibraltareños y los habitantes del traspaís de España con respecto al periodo anterior a 1969.

Mientras que el atractivo general para comprar propiedades en España es el mismo, la ubicación geográfica ha cambiado drásticamente. Los gibraltareños ya no buscan instalarse en comunidades españolas o junto a ellas, prefieren ubicar sus urbanizaciones cerradas o semicerradas alejadas dentro de la zona de Campo. Con fácil acceso a instalaciones de ocio, las urbanizaciones son siempre del mismo tipo. Si se echa un vistazo a los periódicos gibraltareños y a las revistas inmobiliarias, se pueden encontrar ofertas en una selección de zonas cómodas como Alcaidesa, Guadiaro, Sotogrande o Santa Margarita. Todos estos emplazamientos son de lujo y se sitúan a una cómoda distancia de Gibraltar. De hecho, la posibilidad de tránsito entre España y Gibraltar, donde trabaja la mayoría de la población inmigrante, es un aspecto crucial para la selección de estas residencias.

Sin embargo, la inclinación por comprar residencias en estas comunidades subraya un cambio en la relación moderna entre gibraltareños y españoles. Al buscar la compañía de otros compatriotas demuestran de manera significativa que no tienen especial interés o la voluntad de integrarse en la gran comunidad española. Por lo tanto, la migración al interior deriva en una especie de autosegregación, ya que los gibraltareños eligen vivir cerca, o con otros compatriotas en las urbanizaciones cerradas en la cercana España.

De manera crucial, esta inmigración está influida por la afluencia; los gibraltareños compran propiedades que estarían fuera de su alcance en su población local, una población que satisface las necesidades de servicios de estos inmigrantes. De hecho, la inmigración de gibraltareños al Campo de Gibraltar, en España, puede concebirse como un movimiento de asentamiento motivado por la búsqueda de la propiedad, en el que un grupo privilegiado busca lebensraum en la que se considera terra nullis dentro del país vecino (GOSDEN, 2004). Los gibraltareños contribuyen a crear una serie de colonias o enclaves en territorio español. Al contrario que los no residentes, los trabajadores españoles que cruzan la frontera y que pagan impuestos pero no se benefician de los servicios proporcionados por Gibraltar (como educación o becas universitarias del Estado), los gibraltareños que viven en Campo de Gibraltar no contribuyen apenas al Estado español a pesar de utilizar sus servicios.

Esta situación remanece de lo ocurrido en los años 80 y 90 en el Reino Unido, cuando los ricos ingleses compraron segundas residencias en Gales (PITCHFORD, 2008:35-37). Aunque en el caso de los gibraltareños se suele tratar de la primera residencia, los efectos a largo plazo que afectan a la región vecina eran y son muy similares. A escala humana, el efecto de la sustancial inmigración de gibraltareños al territorio español ha dado pie a una subida de los precios de la propiedad en esta región. La situación es más compleja debido a que la fuerza de la economía de Gibraltar atrae a trabajadores extranjeros cualificados. Debido al alto precio de los alquileres del Peñón, muchos de estos trabajadores buscan alojamiento alquilado en España y, por lo tanto, provocan la subida de los precios por encima de las posibilidades de los españoles, que ganan de media un 30 % menos que los que trabajan en Gibraltar.

Mientras que esta situación de migración provoca un cierto efecto de filtración de la riqueza desde las capas sociales más altas a las más bajas, es discutible que los efectos a largo plazo no sean especialmente salubres. Una clara evidencia indica que la proporción de servicios que existe entre la afluencia de gibraltareños frente a las clases bajas españolas en esta región pobre de España aumenta —apoyado e incitado por el férreo nacionalismo gibraltareño— el desdén que sienten los gibraltareños hacia España, extendido desde el ámbito local al nacional y al internacional, en el que la hispanidad se ridiculiza y denigra. Además, la falta de integración se transmite a las nuevas generaciones, cuyos intereses, idiomas (cada vez más monolingües en inglés que bilingües como en generaciones pasadas) y cultura están influenciadas por su cercano “país natal”, de manera que la interacción con niños españoles suele ser mínima, a no ser que formen parte de un subgrupo lo suficientemente rico como para residir en estas urbanizaciones selectas.

La identificación de lo hegeliano es, en este caso, interesante, en tanto en cuanto los inmigrantes gibraltareños definen la diferencia de España y buscan contenerla mediante la autosegregación en el traspaís. En la antropología de espacios “suaves” y “duros”, observamos la creación, reivindicación y mantenimiento de fronteras alternativas “confusas” y “fijas” circunscritas por políticas de identidad. (HAUGHTON & ALLMENDINGER, 2013:218). Una identidad gibraltareña que suele establecerse como una imagen ejemplar para los españoles y que reniega de sus vínculos culturales, de sangre y de la historia compartida. En este sentido, los inmigrantes exportan la mentalidad asediada de Gibraltar, alimentada y fomentada durante siglos y, en especial, durante los últimos siglos XX y XIX.

En conclusión, los migrantes gibraltareños que llegan a España se comprometen a reproducir su tierra de origen en el traspaís. Su relación con la tierra española, la cultura y sus gentes es efímera, o incluso antagonista, muy similar a la de un turista permanente o a las variadas comunidades de expatriados que han brotado por todas las costas e islas españolas. Mientras que el conservadurismo y la marginación entre las comunidades de inmigrantes son bastante extendidas, lo particular de la población gibraltareña en Campo de Gibraltar es su relativa riqueza y la inexistencia de distancia entre su país de origen y su “descendiente” asentamiento.

El ritual de regreso o tránsito rutinario a Gibraltar refuerza este sentido de pertenencia y enfatiza su falta de compromiso con el país de acogida. Finalmente, la poca integración es posible o, en muchos casos, deseada llevando a la creación de un espacio en el que crece el desentendimiento, resentimiento y el odio emergente.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS