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La Enciclopedia de los Migrantes

Almudena García Manso

Socióloga, Universidad Rey Juan Carlos, Madrid

“Mis padres creían a pies juntillas la leyenda de que una mujer soltera y sin hijos envejece prematuramente”
Ingrid Noll, 1997

La migración como fenómeno social multi transversal lleva consigo otros fenómenos sociales de vital importancia no sólo para las sociedades receptoras sino para los que migran y su contexto. Entre muchos de esos fenómenos se encuentra el de la maternidad.
Cuando pensamos en migrantes el imaginario colectivo construye una inmigrante mujer, principalmente de origen latinoamericano, con pocos recursos económicos, joven, trabajadora, madre -posible futura madre- y que tiene a una familia que sustentar (BENÍTEZ, 2015).

Para poder hablar del fenómeno de la maternidad en las mujeres inmigrantes primero debemos pensar en el contexto de partida: en los países de emisión. Una tarea complicada en una sociedad que trasciende a la globalización misma pues los movimientos migratorios contemporáneos están en continuo cambio, sobre todo animados por las fluctuaciones económicas y políticas de los posibles países de recepción. Hoy en día no existe un patrón del inmigrante, ya no responde de forma única a aquellas personas que partían de los países en desarrollo en busca de oportunidades. Nunca lo tuvo, pero las políticas del desarrollismo capitalista de mediados del siglo pasado quisieron imprimir en la retina del imaginario colectivo la idea del inmigrante como el trabajador no cualificado que responde a un prototipo de mano de obra barata y explotable. Un ejemplo de ello lo encontramos en las maquiladoras en la frontera de México con Estados Unidos de América. Ejemplo que curiosamente engancha a la perfección con la mujer migrante, pues la industria de la maquila contrata principalmente a mujeres, pues estas trabajan más para poder sacar a sus hijos adelante (MASSÓ, 2014).
En el año 2015 el número de mujeres procedentes de América Latina fue de 628.691 frente a 474.785 hombres, una diferencia más que sustancial para poder definir a América latina como la extensión geográfica o “espacio” de la migración feminizada. Ellas son las que marchan en busca de oportunidades, pero no solo para ellas sino para sus familias.
La tradición que arrastran estos países de las culturas coloniales -principalmente la cultura española y la portuguesa- se funda en los valores y la moral religiosa -católica- y fuertemente tradicional en cuanto a la idea de la mujer como madre, cuidadora, amante y esposa (BIDASECA & VÁZQUEZ LAMBA, 2011). Idea que se ha reproducido hasta nuestros días y que si cabe se ha ido amplificando llegando a reiterar la trampa biopolítica más arcaica “el denominado instinto maternal”.
Vivir la feminidad y la masculinidad “allá y acá” es completamente diferente. Culturalmente los géneros son actos del ser y del habla performatividades pautadas por la cultura establecida. Un proceso que hace que lo derivado social de esos géneros, como es el caso de la maternidad y la paternidad, sean diferentes en su forma de ser y hacer en cada contexto socio-cultural.
La maternidad está muy presente en América Latina. Sea como instrumentalización de la feminidad -toda mujer debe ser madre- (SAU, 1995) o como significado político de empoderación como es el caso de la maternalidad política de las mujeres latinoamericanas -solidaridad entre mujeres a la hora de luchar contra la violencia que las asedia-, ejemplos de ello lo encontramos en las madres que se aúnan en contra de las problemáticas de la violencia sistemática, las que ayudan a los migrantes que van en el tren de la “Bestia”, aquellas que buscan a sus hijas desaparecidas o las que se unen para reivindicar frente al poder fáctico. Madre tiene un sentido doble, el biológico y el comunitario.
Nos centramos en Latinoamérica principalmente por una razón demográfica, la mayoría de las mujeres inmigrantes en España son de origen latinoamericano. No obstante, hay que señalar que existe una inmigración femenina procedente de Marruecos, Rumanía y China nada significativa en lo que respecta al concepto/realidad de la maternidad inmigrante.
Una madre que marcha deja atrás una familia. Familia que ha de cuidar desde la distancia, unos hijos que dejan de tenerla como referente fáctico de su socialización, que serán atendidos por otros familiares -padres, abuelos, tíos/as y en ocasiones amigos de la familia- pero que ven cómo la idea social del papel de la madre como cuidadora y educadora se desvanece, creándose una situación de cambio social que da lugar a un nuevo papel de la mujer que es madre y que es inmigrante: la madre transnacional.
Estas mujeres han de gestionar los cuidados y los afectos, así como su función de socialización por encima de las fronteras, pensando en qué han de ganar la suficiente “plata” como para poder vivir acá y enviar a sus familiares de allá, aquellos que mantienen a sus hijos y les ofrecen aquello que no tenían: una mayor capacidad económica y con ello más oportunidades y mejor educación.
Ejercer de madre a distancia supone una construcción alternativa del significado mismo de maternidad. Pues éstas madres han de abandonar la idea de qué han de ser las madres biológicas las que deben encargarse del cuidado de los hijos y pensar que son terceras personas o los mismos hijos los que se hagan cargo del cuidado y bienestar. Esto supone una clara ruptura con la idea de maternidad tradicional, no sólo por la idea del cuidado directo sino por la imposibilidad de “estar con los hijos” en aquellas situaciones que precisan de una atención más directa.
Una maternidad vivida en la distancia que ha sido tratada en la literatura científica y académica desde dos ópticas: como cambio en las estructuras familiares y como efecto negativo en los sujetos que la viven, pues éste fenómeno genera sentimientos de ansiedad, pérdida y soledad en las madres. Sentimientos que junto con el de abandono sienten los hijos que quedan allá.
La socialización y los problemas son más intensos en la distancia, el no saber cómo están y qué les pasa a sus hijos como lo hacen las madres con las que ellas trabajan acá es algo que las carcome por dentro, lo palían con la comunicación vía teléfono o vía internet, pero eso es una excepcionalidad que no se pueden permitir ni acá ni allá todos los días. Una vez por semana o una vez al mes, dependiendo del presupuesto que les va quedando del salario que han de repartir entre los dos hogares, el de acá y el de allá.
La gestión de los cuidados en las madres inmigrantes tiene una doble problemática. La gestión de los cuidados desde la distancia, lo cual implica la falta de realidad objetiva, empírica y personal, siendo delegada esta función a los terceros que están al cargo de los hijos. Y la gestión de las emociones que en ocasiones se suple con incentivos materiales o promesas a largo plazo.
Los hogares transnacionales en ocasiones crecen, muchas de las mujeres que migraron lo hicieron en edad fértil, divorciadas o solteras con hijos, que encontraron en el país de recepción una pareja con la que han tenido hijos. No son excepcionalidades, pero tampoco la mayoría. Son hogares mixtos transnacionales donde los hijos se dividen entre un país y otro, donde la gestión de los cuidados ha de igualarse entre los hijos que están acá con los que están allá. Muchos de estos hogares se acogen a la agrupación familiar viniendo unos o marchando los otros, una agrupación que en un principio hará que la maternidad transnacional vuelva a cambiar por una maternidad fáctica, aun así el trauma de dejar el hogar y sacar a delante a los tuyos en el otro lado del Atlántico ha sucedido, dejando una huella: la relación entre madre e hijos ha de ser retomada de manera fáctica, lo cual puede o no salir al dictado de las expectativas del mito del instinto maternal, pues la maternidad es una construcción cultural y el haber transitado por la maternidad transnacional deja secuelas.
La maternidad en el país de acogida puede suponer un descalabro emocional, cultural y social, sobre todo en el proceso de embarazo: la noticia, el desarrollo del embarazo y el parto. Éste último proceso es uno de los más importantes. La soledad familiar y el no tener a nadie más que a tu pareja supone un descalabro cultural, el parto en muchos países de América Latina es un tránsito de poder femenino, donde la partera y la madre, hermanas o cuñadas ayudan y arropan a la madre, son sus consejeras enseñando cómo comenzar a ser madre.
Queda una parte más sombría de la maternidad de la migrante, aquella que es vivida de manera desarraigada, silenciada y arrancada. Nos referimos a las migrantes forzosas y las forzadas.
Forzosas son aquellas que han partido de su país por motivos que hacen que su salida sea no deseada sino obligada y en algunas situaciones súbita. Sea por peligro de muerte, por motivos religiosos, bélicos, de seguridad, sanitarios o políticos muchas han dejado a toda su familia atrás, algunas no saben si sus hijos o familiares siguen vivos, o si están bien. No tienen ninguna comunicación con ellos, no saben nada pues nada se puede saber en situaciones de caos -como es el caso de una guerra civil- o en situaciones de diáspora forzada -como son los casos de los refugiados políticos o refugiados por catástrofes-. Qué amparo tienen estas madres, muchas de ellas socializadas en una cultura de la mujer/madre. Es la maternidad fantasma y la maternidad de la esperanza.
La maternidad fantasma es vivida por multitud de mujeres forzadas a abandonar sus hogares, a veces engañadas bajo el sueño de un trabajo y un futuro mejor, pasando a formar parte del circuito del tráfico de personas.
Maternidad e inmigración implica muchos procesos y cambios, nuevas modalidades de familia, rupturas con el sistema patriarcal -la mujer que mantiene el hogar desde la distancia- adaptaciones culturales de los procesos del embarazo, parto y cuidados, choques culturales, situaciones de desarraigo, desasosiego y soledad, población de reemplazo, maternidad transnacional, maternidad fantasma… entre otros procesos que hacen que la mujer inmigrante sea una doble aventurera y una doble heroína.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS