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La Enciclopedia de los Migrantes

André Sauvage

Sociólogo, IAUR, Université Rennes 2, Rennes

Las culturas de los inmigrantes y las tradiciones, las tensiones económicas, las diversas políticas de los estados y las presiones demográficas variables (España: 14 % de inmigrantes; Francia: 11 %; Reino Unido: 10 %; Portugal: 3 %) sitúan el lugar de los inmigrantes en nuestras ciudades. La homogeneidad estadística oculta condiciones que contrastan. Muchos, tras un proceso de asimilación, de mestizaje, forman estratos de ciudadanos occidentales de orígenes exógenos… con unas legislaciones electorales discriminatorias (Francia, Reino Unido) o inclusivas, reguladas por medio de la reciprocidad (España, Portugal). La sedimentación social de los inmigrantes que residen en nuestros territorios se lleva a cabo a través del filtro urbano.

¿Se han superado los estudios de los investigadores de Chicago, en los que se ponían de manifiesto la presencia y la función de los guetos? De este modo, los analistas de las ciudades revelan barrios (el de Sentier en París, el de Belsunce en Marsella o el del Blosne en Rennes) en los que inmigrantes que llegaron hace décadas siendo niños (judíos, tunecinos, turcos) han desarrollado una actividad comercial internacional (el textil, el calzado, la construcción). Sin embargo, a raíz de otros estudios, surge una cara inversa. Los barrios difíciles de las ciudades francesas albergan a un 25 % de los migrantes, quienes, en su mayoría (60 %), proceden de África y de Turquía; unas condiciones agravadas por una asignación heredada: la mitad de los descendientes de inmigrantes africanos siguen viviendo en zonas desfavorecidas, cuando apenas un 20 % de los inmigrantes europeos permanecen en ellas.

Lastrados por esta vulnerabilidad, los inmigrantes se apropian de la ciudad atendiendo a tres registros. El régimen privado de las relaciones privadas organiza el alojamiento, conservatorio cultural, de conformidad con unas huellas de identidad que se subrayan con frecuencia. El régimen del barrio favorece las relaciones sociales secundarias, entre la connivencia y la distancia; las autoridades científicas demuestran que el apego que siente el inmigrante por su barrio puede dar lugar a la segregación e inhibir la integración y el ascenso sociales; según esta teoría, no se trata de una etapa de transición por la que el inmigrante se inicie en los estándares locales. El último registro se da en público y consiste en espacios donde las multitudes anónimas y cosmopolitas se cruzan, donde las oportunidades y las tolerancias atraen a los jóvenes inmigrantes, donde se multiplican los cruces culturales como expresión de ilegalidades (faltas de civismo, traficantes, robo) hasta tal punto que los responsables se plantean prohibir su acceso al hipercentro metropolitano. Si se adopta una distancia focal al escrutar la proximidad, se revelan otras lógicas.

El exilio condiciona psicologías sometidas a la tensión de la renuncia al suelo natal, culminada por la huida. Abocado a una regresión cultural injusta, el inmigrante actúa y padece su marcha como la negación de todos sus antepasados protectores, con la indignidad como lastre; es consciente de su impotencia para ser el guardián del mundo que habían construido para él. Abandonos del legado, de las responsabilidades y de los proyectos; sideración de un vacío social que lo amenaza con toda subyugación. Al acecho en una lucha por la vida, tan solo la esperanza de una “tierra prometida” les sirve de asidero, a él y a los suyos. Al ir a caer “allá”, las trayectorias de los inmigrantes permanecen en una situación de incertidumbre; algunos atraviesan una especie de errar nómada, otros se establecen definitivamente. Entre ambos polos, encontramos una variación infinita de condiciones. A las puertas de la ciudad, el desarraigado prueba diversas llaves para acceder a uno de sus universos: material, relacional, decisorio.

1- Competencias y competiciones

En las zonas de obras de los nuevos conjuntos urbanos, centenares de inmigrantes provenían ayer del Magreb, de África, de España, Portugal, Italia, Yugoslavia, Polonia. Se distribuían, a efectos de alojamiento, en dos contingentes; uno de ellos encontraba dónde vivir en la ciudad, mientras que el otro sobrevivía en campos provisionales, como guardias de los materiales de obras. Diversas organizaciones sindicales acompañaban sus reivindicaciones; las únicas, las salariales. Algunas asociaciones solidarias (marroquíes, argelinas) se encargaban de la gestión de la vuelta al país en caso de accidente o de fallecimiento. Además, había grupos de militantes que se afanaban para que se les tuviera mínimamente en consideración, con alfabetización en francés, comidas solidarias o el apoyo brindado a sus luchas por parte de las corrientes revolucionarias.

Hoy en día, muchas personas procedentes de Turquía se convierten en empresarios del sector de la construcción y de las obras públicas y son responsables de, aproximadamente, el 80 % de los edificios construidos en el departamento. Son visibles porque de su presencia dan cuenta las furgonetas aparcadas y los rituales que siguen los operarios que se dirigen a las obras; esta fuerza se manifiesta como un elemento perturbador. Las razones alegadas son las siguientes: 1) la falta de respeto a las reglas de la competencia, la no declaración de los empleados y los gastos en que incurren los compatriotas, lo que, algunos meses, les ayuda a afrontar las carteras de pedido, con frecuencia muy elevadas; 2) la subordinación de los empresarios inmigrantes, sujetos a la subcontratación, porque, 3) al estar divididos y carecer de oficinas de proyectos, no acceden a los grandes mercados públicos. Positivamente, algunos de estos empresarios aspiran a invertir con objeto de asegurarse los camiones y las reservas de material. Estos proyectos, a los que se suman equipamientos culturales, dan fe de unas dinámicas integradoras aún fuera de nuestro alcance.

2- En sociedad

Los que “ya están allí” perciben la sucesión de los orígenes de los inmigrantes (portugueses, magrebíes, del sudeste asiático…) nuevos (turcos y kurdos), lo que cambia los ambientes; presentes físicamente, implantan “sus” territorios en el barrio en que se instalan. La “parabólica de la tele” les permite mantenerse al tanto de la “vida” del país; los jóvenes de segunda y tercera generación vuelven a encontrarse con su lengua materna y educan a sus hermanos pequeños; cuando van allá de vacaciones, sin embargo, estos mismos jóvenes se declaran “del Blosne”, un barrio que aquí sirve como referencia. Una vez reaparece este componente de represión, los inmigrantes se rodean de dispositivos y de servicios necesarios para la vida y el cuerpo, con los que conforman un medio urbano del que se pueden apropiar.

La vivienda. En relación con el alojamiento, se producen dos tipos de conflicto. El primero se debe a las disputas causadas por los deseos de establecerse: las reagrupaciones familiares, reivindicadas por las parejas turcas jóvenes, aunque rechazadas por algunos arrendadores en nombre de la mezcla social, dan lugar a conflictos e invectivas. Pese a esta vigilancia, existen bolsas de segregación (de vietnamitas o de turcos) que se instalan sin hacer ruido. El segundo se refiere a la distribución del espacio. De este modo, los inmigrantes crean espacios privados muy singulares, donde los rincones de los altares dedicados a Buda y a los manes familiares nada tienen que envidiar a las viviendas organizadas “a la turca” ni a los salones marroquíes. Ahora bien, de estas apropiaciones se derivan problemas cuando un apartamento, convertido en sede social, hace que la vecindad se vea afectada, sin contención, por el paso incesante de personas.

Los alimentos. Los inmigrantes se activan en lo tocante a su producción, difusión y transformación, indispensables para la vida. Los Hmong se dedican a la horticultura en un barrio vecino, pero se desprenden de sus frutas y verduras en el mercado de su barrio. Las prácticas rituales alimentan los conflictos. Ayer, nos quejábamos de que el apartamento fuera el escenario de todo el procedimiento que media entre la degollación del cordero y el tratamiento de los restos, con los consiguientes chillidos, infiltraciones de sangre, olores, parásitos, secado de pieles o riesgos sanitarios. La alianza de las autoridades y de los responsables musulmanes permitió conciliar el rito con la higiene. Si bien en cada centro comercial del barrio se han desarrollado actividades exóticas de manera pacífica, renacen las tensiones, que ahuyentan a clientes europeos que no se sienten seguros en una galería habitada por grupos de hombres de origen árabe-musulmán, en un pasaje con apariencia de zoco, en el que se da cabida a establecimientos halal, el origen sospechoso de los fondos.

Las prendas de vestir. Quizás caigamos bajo el encanto de una festividad budista, realzada por los excepcionales kesa azafrán de los monjes, siempre que no sature el espacio público. Un emblema de lo extranjero íntimo, casi un dispositivo de negociación social, las del mundo árabe-musulmán inducen a controversia y rechazo. La comodidad de la mirada implica su filtro cuando vulnera y prácticamente cae en la trampa de certezas imprevistas. “Entre esposos, la mirada se permite para la totalidad del cuerpo, excepción hecha del sexo del compañero, que se desaconseja ver, pues su visión causa ceguera”. De las convicciones íntimas a las cuestiones públicas, las prendas de vestir proceden a la investidura social, política o religiosa. El espacio público resuena con multitud de lenguas y cobra vida con albornoces, djellaba, hijab, niquab y otros chadores, con lo que quienes “ya están allí” sienten inquietud: ¿y si fueran las premisas de una medina en el corazón de la ciudad?

Más allá de los rasgos discriminatorios, el intercambio desigual de los bienes y el reconocimiento de las deudas persiste. Dos dolencias gangrenan este vínculo con el inmigrante: el nombre o las facciones recargan la sospecha de los prejuicios. A eso se añade la fuerte estigmatización populista sobre la dependencia con respecto a las prestaciones sociales. Estos “forasteros” han de plantearse decisiones difíciles: lanzarse a las actividades de servicios o artísticas con una remuneración baja (mantenimiento, difusión en los equipos culturales) o actividades ilegales, que entrañan riesgos pero están bien remuneradas (tráfico, redes). Otras iniciativas dan fe del sentido de las madres, dispuestas a afrontar las dificultades de lectura de sus hijos. Luchan contra el abandono escolar y la desafiliación de sus jóvenes; se introducen en mundos sociales, que emergen en el adulto de manera autónoma y responsable, capaz de negociar con los demás su lugar en la esfera pública.

3- Lo común

¿Cómo emprender obra común cuando el inmigrante sigue siendo un forastero, que no está autorizado a hacerse oír en materia de gestión y transformación de la comuna? ¿Cómo vivir juntos si el denominador común francés –libertad, igualdad, fraternidad, laicidad, base de la coproducción del espacio político– no es conocido, ni aun compartido? Nada legitima la censura, casi la mordaza, al modo colonial, de la expresión de las diversidades culturales.

Hay diversos actores que intervienen en la instauración de este común pacificado. Las organizaciones religiosas, asociativas, de barrio, tratan de concienciar por medio de jornadas que apelan a la llamada de los inmigrantes y los refugiados, o iniciativas del tipo “una familia inmigrante por parroquia en el plazo de un año”. Asociaciones, grupos o sindicatos organizan conferencias, proyecciones de películas, el reconocimiento mutuo a través de talleres o de celebraciones de la diversidad cultural.

Lo común se acopla localmente a dos poderes. Local: en nombre de una laicidad acogedora, da apoyo a los diversos cultos –musulmán, budista– y conserva el derecho de control. Las tensiones que rodean a los accesos lo han llevado a aclarar su exigencia de apertura. “No se trata de dejar que perduren las concepciones contrarias a los principios de igualdad y aceptar que se afronten las oposiciones de nacionalidades”. El poder asociativo de los inmigrantes en el barrio; algunos representantes responsables desempeñan un papel de tolerancia que sirve de cortafuegos a las presiones –nacionalistas que amenazan con importar a los barrios las réplicas del conflicto entre turcos y kurdos, etcétera–, defensores de la comunidad que se dejan arrastrar por el proselitismo y la fuerza de las redes, refrenada por la insuficiencia de proyectos y actividades de convergencia. Ocupados, neutralizados, abandonados, los espacios públicos marcan estas dinámicas en el suelo.

En conclusión

La obsesión asimiladora no está tan vigente; sin embargo, los acontecimientos y los imaginarios refrenados no permiten una expresión calmada de las diversidades culturales en el espacio social. Para algunos, el desarraigo se torna nostalgia; para otros, una espuela que les impulsa hacia el éxito. La condición del inmigrante, que por descontado no es de envidiar, oculta una ventaja: un contexto al que se puede someter, pero del cual percibe con más presteza las grietas que le permiten emanciparse de él. La apertura de la estrecha puerta de la ciudad depende de una determinación clara.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS